Espléndida recepción
Impreso en nuestro ADN van vestigios de nuestro pasado, codificados
en proteínas, van los espíritus de otra época... Sucedió hace 60 años, a pocos
kilómetros de la inspiradora vista de la sierra nevada. Una tarde de arduo
trabajo permitió a un grupo de arqueólogos mexicanos la dicha de hacer un gran
descubrimiento, la emoción de encontrar un pedazo de historia; habían
desenterrado un gigantesco monolito.
Tal hecho acaparó mucha
atención, no todos los días se hacen grandes descubrimientos arqueológicos.
Análisis de expertos en la materia, permitieron saber que se trataba del dios
mesoamericano Tláloc, deidad normalmente asociada con el agua y el
relámpago.

Poco tiempo después, el momento
de proteger y preservar el magnífico hallazgo llegó, era momento de
transportarlo por tierra a su nuevo hogar, el museo nacional; el perfecto lugar
para una pieza tan bella de la historia.
El camino fue largo y sinuoso,
nada fácil cuando mueves una roca tallada de 168 toneladas; sin embargo, la
determinación humana permite completar este desafío y mucho más. La capital
mexicana esperaba engalanada, decenas de miles se congregaron deseosos de
apreciar la nueva joya del estado mexicano; no se hablaba de otra cosa aquel
día.

Pareciera que el antiguo dios
se sintió bien recibido en su nuevo nicho, por lo que abrió la llave de los
cielos para bañar a la tierra con su líquido vital.
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